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PENSAR y HACER prácticas de cuidado para infancias y juventudes


El equipo coordinador de la III Bienal Latinoamericana y Caribeña de Infancias y Juventudes nos compartió, con alegría, las memorias de 516 ponencias presentadas en el marco de la III Bienal Latinoamericana y Caribeña de Infancias y Juventudes, organizada por CLACSO (junto con muchas otras instituciones y organizaciones de América Latina) y que se desarrolló en la ciudad de Manizales, Colombia, durante fines de julio del 2018.

En este encuentro, María Ernestina Alonso, Belén Mora y Javier Alonso presentamos la ponencia: "Escuelas y comunidades libres de violencia: un estudio etnográfico": artículo ahora publicado en estas memorias, disponibles en el siguiente enlace (eje 4, mesa 4-30, página 3101):

El trabajo presenta resultados de experiencias que nos permitieron visibilizar algunos de los modos en que niñas, niños y adolescentes que viven en barrios del conurbano bonaerense en los que se manifiestan diversas violencias (físicas y simbólicas), piensan, sufren y elaboran tales violencias que atraviesan los escenarios familiares, educativos y barriales en los que habitan. Y también propone para la discusión y el debate, algunas estrategias y acciones dirigidas a la organización y el sostenimiento de espacios comunitarios orientados a proporcionar cuidado, bienestar y apoyo a las trayectorias escolares de las jóvenes generaciones que viven en situación de derechos vulnerados.

Nos interesa abrir el debate con colegas que trabajan en este mismo campo, sobre los desafíos que nos presentan las brechas que hay que acortar para generar condiciones de surgimiento y sostenimiento de comunidades cuidadoras de las jóvenes generaciones.

El programa del que damos cuenta en el artículo ("Escuelas y comunidades libres de violencias") proponía acompañar a las comunidades de adultos, educativas en sentido amplio (las que educan en el interior de la escuela y las que lo hacen afuera de la escuela) a imaginar, organizar y sostener espacios de sociabilidad que tengan a los niños y a los jóvenes como protagonistas: espacios para “estar ahí”, fuera de “las esquinas” y de “la calle”, proponiéndoles nuevas iniciativas que disputen los sentidos simbólicos de las violencias por las que se hallan atravesados –tomándose muy en serio que la construcción de identidades y pertenencias en una etapa crítica como es la adolescencia demanda respuestas por parte de la comunidad y el Estado.

Sin embargo, en el despliegue de las acciones, fuimos comprobando que las comunidades educativas así como las comunidades barriales que sí están en capacidad de cuidar, cuidan a los estudiantes o a los hijos “propios” y consideran a “otros” (niños, adolescentes, jóvenes y adultos) los causantes de los males que pueden dañar a los suyos. Es decir, el estado de las cosas les impone una práctica que, a pesar de la propia comunidad, profundiza la fragmentación: en la medida en que “cuidar” “obliga” a separar, a impedir que se junten con los considerados “otros peligrosos”. Así, cada acción que busca incluir para cuidar, en la gran mayoría de los casos, logra cuidar a los que “ya” pueden ser cuidados –porque tienen los andamiajes indispensables para llegar hasta tales oportunidades– mientras siguen quedando excluidos, mirando desde afuera, aquellos que no lograron recibir “los suministros básicos de ternura y cuidado”.

Esperamos un rico intercambio, convencidxs de que multiplicar, en instituciones, organizaciones y territorios, prácticas ancladas en la ética del cuidado es una poderosa herramienta para acrecentar para acompañar a niñxs, adolescentes y jóvenes en su propias construcciones de futuros.

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